El vientecillo bondadoso

Paula pasaba el verano con sus papás. El último día de vacaciones, para intentar animarse, decidió salir al campo para hacer volar su preciosa cometa azul celeste.
—¡Papá, mamá! Salgo un ratito a jugar —dijo Paula.
—Vale, Paula. No tardes —dijo mamá—. Y ten mucho cuidado.
—Lo tendré, mamá —contestó Paula.
Bajó la escalera deslizándose por la barandilla, atravesó la puerta como un torbellino y saltó desde el porche al jardín que rodeaba la casa llevando su cometa fuertemente agarrada. Empezó a correr y a correr con todas sus fuerzas sujetando el cordón, pero la cometa parecía no querer volar. Se arrastraba y daba pequeños botes intentando volar, pero entre tirón y tirón volvía a rozar el suelo.
—¡Vuela, vuela! —animaba Paula—. ¡Sube, sube!
Pero, aparentemente, ni la cometa ni el viento querían ayudar a Paula. Lo intentó y lo intentó, subiendo más su mano, dando cada vez mayores tirones, con más energía, con más fuerza, pero lo único que consiguió fue que la cometa se enredase en la rama del viejo olmo.
—¡Jo…! —se quejó Paula.
Intentó tirar para desengancharla, pero no lo logró. Se armó de valor y comenzó a escalar el árbol. Llegó a la rama y tras caminar muy despacito por ella deslió la cometa, pero al volver sobre sus pasos se tropezó y ambas empezaron a caer, abrazadas.
—¡Ay! —gritó Paula pensando en el batacazo que le esperaba.
Al oír su grito de socorro, un vientecillo bondadoso se acercó a curiosear y, justo cuando Paula estaba a punto de chocar con el suelo, sopló y sopló e hizo volar la cometa… y a Paula, que continuaba fuertemente agarrada a ella.
—¡Guau! —exclamó Paula desde las alturas.
Allí arriba, pudo ver cómo el sol se escondía entre las montañas, el intenso azul del mar a lo lejos y los vencejos volando entre los campos y los nidos.
Tras un delicioso paseo aéreo, el viento las depositó dulcemente en la puerta de su casa y Paula, aun agarrada a su cometa azul, le agradeció el rescate y el viaje con un beso que lanzó al aire.