Pastoril

Todas las ovejas, del conde, ninguna mía, asegura el pastor. Pero la leche sí qu'es pa mí, y mientras lo dice se golpea el pecho. Vamos hombre, to’el día d’aquí p’allá con ellas. Que’l perro y el tiempo los pongo yo. Y el aguante, dice guiñando un ojo, que muchismo conde, muchisma alcurnia, pero quien l’está dando alegrías a la condesa es servidor, y suelta una carcajada. Y bien que se las doy, ridiez, qu’estoy llenándole la hacienda de condesitos. Más que de ovejas. Oiga, que esto no salga d’aquí, a ver si me van a venir pidiendo leches.

Imagen de Ria en Pixabay

Retrato

Observas la foto que, desde tu boda, ocupa ese espacio eterno en la cómoda del salón. Tenías una cara tersa, joven, alegre, pero el tiempo y la vida la han raspado. Ahora se asemeja más al marco de madera reseca, desportillada y macilenta. Aun así, sonríes. Es mejor estar viva, a pesar de que te falte un trozo de tu propio marco. Es mejor estar sola, aunque tengas que estirar la pensión mes tras mes. Es mejor ser tú misma: es mejor. Te incorporas, desmontas el deslucido cartón trasero, sacas la foto y la abandonas en el fondo del último cajón. Pones en su lugar la que te hiciste antes de que empezases la quimio. Ajustas de nuevo las pestañas posteriores, algo oxidadas, y colocas el marco en la posición de siempre, sobre las huellas que se adivinan entre el polvo. Tienes que limpiar un poco, piensas mientras te alejas para verla en la distancia: esa sí, esa sí que eres tú, tan igual, tan distinta, tan tú. Te quitas el pañuelo y lo pasas sobre la cómoda. Te guiñas un ojo. Estáis perfectas.

(ENTC - Junio 2024 - WABI SABI)

A discreción

De pequeño, tironeaba de las trenzas a las niñas de la guardería y, desde un rincón, disfrutaba escuchando los lloros. En el colegio, escondía los bocadillos de la clase para regocijarse con las quejas de sus compañeros tapado por los abrigos. Si alguien del barrio tenía una desgracia, ahí estaba, siempre, el primero, observando el dolor en la distancia. Otros días, camuflaba la sonrisa por las lágrimas de tantos desconsuelos entre los árboles del cementerio. Y ahora, observa y babea, lo hace aún más lejos, a través de la mira telescópica.

(ENTC - Mato 2024 - SCHADENFREUDE)

El esquirol

Decidieron eliminar al príncipe besucón de la profecía. Tras un siglo de crecimiento frondoso y tranquilo del bosque, nadie estaba dispuesto a que desapareciese su hogar encantado por despertar a una princesa. Hadas y gnomos ultimaban las trampas elaboradas con ramas puntiagudas y venenos. Los animales afilaban dientes, picos, garras y cornamentas. Los elfos acechaban desde los árboles; entre arbustos, se emboscaban los duendes: si intentaba llegar al castillo, el príncipe se llevaría una sorpresa. Sólo un topo rompía el extraño silencio jugueteando con un saco de monedas. A nadie pareció importarle un animal que nunca sale en los cuentos y hace túneles bajo tierra.


El esquirol es uno de los textos de Mientras haga viento (Platero, 2024) que también aparece, junto a otros cuatro, en el número 485 de la revista Quimera (mayo de 2024).

Dejar que pase un tren

Todos los días coinciden en el mismo vagón. A las 07:40. Todos. Con las mismas caras de sueño y el mismo silencio entre tanto ruido del metro. Pero hoy uno de los dos intenta que sus miradas se encuentren más que de costumbre. Hoy ha dedicado mucho tiempo al blanqueador dental y ha limpiado sus gafas con ilusión para que se vieran mejor sus ojos. Y los de ella. Hoy lanza una sonrisa cada vez que levanta la vista del móvil. Ella se fija en él. Cómo no hacerlo, si siempre está ahí, con esa cara avinagrada y su horrible sonrisa. Siente más asco del habitual. Odia esos dientes encalados en exceso. Y hoy, más. Hace tiempo que le gustaría decirle que deje de mirarla. Agradece que han llegado a una parada y un grumo de turistas se interpone entre ambos. Está harta. Desde mañana, se levantará diez minutos más tarde.

(ENTC - Febrero 2024 - MAMIHLAPINATAPAI)

En blanco y negro

Me siento en la duna a ver el mar. Por fin. Toda una vida bajo tierra soñando con este momento: un horizonte plomizo, el brillo oscuro del agua, casi azabache, el rumor de las densas olas arrastrando la espuma grisácea, los esqueletos de los barcos varados en la arena sombría. Levanto un par de segundos la máscara: es precioso, más de lo que había imaginado. Respiro hondo y vuelvo a colocarla. No puedo estar fuera demasiado tiempo, pero volveré, a pesar de ese extraño sabor ácido que impregna el aire y el fuerte olor a carroña y chapapote, tan penetrante.

(ENTC - Kalopsia - Febrero 2024 - Relato seleccionado)

Desequilibrados

El abuelo era funambulista y quise saber si podía volar.

(Pegando la Hebra, Plaza Radio - 18/01/2024)

Trampas de la memoria

Camina absorta en el eco de sus pasos. Se detiene y hace presión con la maltrecha punta del pie en una de las tablas. Le gusta ese tenso crujido del suelo, el olor rancio del escenario, las arrugas del telón, el esplendor de los focos ahora apagados, el murmullo del público, las noches de estreno, los aplausos: sus aplausos. Abre los brazos y se inclina durante varios segundos. Se yergue con parsimonia y repite la reverencia. Atrapa al vuelo una flor irreal, simula olerla, interpreta un beso en los pétalos y la arroja con un rebuscado movimiento hacia la platea vacía. Saluda a los palcos, a los pisos superiores. Se abraza con fuerza a su torso y lanza besos en cualquier dirección. Sale y vuelve a entrar, quince veces, veinte, quizás más. Con la emoción pierde el resuello y la cuenta. Mira el reloj, restriega sus manos sobre la bata, se recoloca el moño y hace mutis mientras maldice esa mala cabeza de los últimos tiempos. Aún tiene que barrer los camerinos y no recuerda en qué parte de las bambalinas ha olvidado la escoba.

(ENTC - Diciembre 2023 - Acta est fabula)

Male dire

Y empezó a caer y a maldecir desde lo alto del acantilado. Maldijo su vida en aquel orfanato de Catania y los años de reformatorio en Palermo. Maldijo sus malas compañías, a sus enemigos y el desastroso trabajo como sicario de don Vitto. Maldijo su suerte, sus decisiones, sus vicios y su vida entera. Y cuando vio que, por fin, tocaba fondo, maldijo la subida de la marea.

A vuela pluma

Cuando alcancé la edad del pavo, me brotaron unos plumones despeluchados y blanquecinos. No les di mucha importancia porque la abuela, esa ave de mal agüero, siempre decía que papá era un cabeza de chorlito y mamá una pájara. Pero cuando mi aspecto se tornó colorido y brillante, a papá se le cambió la cara de un plumazo y le dijo a mamá que era más puta que las gallinas. Mamá le soltó que se lo había puesto a huevo, que después de tanto tiempo mareando la perdiz, se había ido a pelar la pava con el vecino; que si no hubiese hecho tanto el ganso, otro gallo cantaría. Papá dijo que él no iba a pagar el pato. Dio dos graznidos, un portazo y ahuecó el ala. Mamá cacareó que mejor así, que ya estaba cansada de cargar con el mochuelo.
(Texto incluido en la antología Equilibristas)
(ISBN: 978–84-19823–40‑3)

Cortar las alas



Hace ya un tiempo que nos entraron unas ganas locas por volar. Comenzamos con pequeños aleteos para ganar fuerza, planeamos en lentos descensos desde el respaldo del sofá y día a día fuimos creciendo en resistencia y destreza. Ayer ascendimos a la lámpara de araña de la abuela usando la corriente cálida del brasero. Hoy hemos cruzado el salón hasta lo más alto del armario y a mamá, que nos ha visto, se le ha cambiado la cara; ha cerrado las ventanas y nos ha puesto unas cadenas. Dice que no se nos ocurra volver a hacerlo, que ninguno de nosotros está preparado para abandonar el nido.


Finalista XI Premio Colectivo Manuel J. Peláez
Zafra 2023