Les ordenamos salir del aula. Sus miradas traviesas, las risitas constantes y el bailoteo nervioso eran pruebas irrefutables de su culpabilidad. Por los pasillos, mientras unos imitaban el sonido de un tambor, otros marcaban el paso. Un, dos, un, dos… Como cualquier otro día, al salir al patio rompieron filas. Entre saltos y carreras, llegaron hasta la portería pintarrajeada en un muro manchado con la sangre de sus maestros. El más pequeño, con los brazos cruzados y la boca torcida, iba el último, bien enfurruñado. Él siempre había querido hacer de invasor.
(infoLibre - Los diablos azules - Liebre por gato - 27 de noviembre de 2024)
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